Hoy fui a comer a Sanborns. Al ver los azulejos en las paredes surgió en mi esa lejana imagen familiar en la que todos nos reuníamos a festejar a la abuela en el día de las madres. Una gran mesa, con las tías y los primos -muy limpios y ataviados-, era el homenaje a la jefa de la tribu.
Cómo olvidar la fascinación de mi hermana por las enchiladas suizas, el gusto delirante por el rollo helado de chocolate de mi mamá y mi recurrente afición por los chilaquiles con queso gratinado y frijoles refritos. Un menú que conserva hasta hoy aquellos platillos iniciales que forman parte de nuestros recuerdos.
Recuerdos adolescentes de cuando, tras los exámenes finales, compartíamos entre dos una orden de molletes para dividir el costo, pues la cuenta la pagábamos con nuestros domingos.
Recuerdos de nuestras tías que pasaban horas en la fuente de sodas y que, al regreso, comentaban entusiasmadas: “qué rico es el café de Sanborns”.
Recuerdos de mi papá que iba al bar con sus amigos por unos whiskeys en las tardes calurosas.
Recuerdos todos que se funden hoy en cuanto aparecen las meseras con ese típico atuendo: falda con rayas a colores, cofia y blusa a juego, con el pelo recogido.
Los tecolotes
Los tecolotes, en todas las sucursales, le dan continuidad a esa sensación de pertenencia que conocimos cuando niños y que nos parecían tan atractivos. Representan al fundador, Frank Sanborn, y a sus dos hijos. Son el símbolo de un negocio que inició siendo familiar y que ha sido respetado por los dueños subsecuentes, como una forma de continuar la vocación de atención y servicio al público, que es una prioridad.
A los tecolotes, de presencia simbólica constante, se les asocia con la inteligencia que representa la importancia de tomar decisiones reflexivas a lo largo de la vida.
Un lugar con historia
El de los Azulejos es uno de los restaurantes más antiguos de la ciudad de México. Fue inaugurado en 1919 y hoy es uno de los edificios más emblemáticos del Centro Histórico. La construcción de estilo colonial mexicano está ubicada frente al Palacio de Bellas Artes y la Torre Latinoamericana
Entre sus detalles más significativos está el mural Omnisciencia, de José Clemente Orozco, que adorna una de sus paredes, realizado en 1925.
La Casa de los Azulejos inicia su historia en forma paralela a la del México conformado por dos naciones, pues su dueño fue en un inicio don Antonio Burguera, en los tiempos en que Hernán Cortés le otorgó parte del terreno. Después perteneció a Graciana Suárez Peredo y a su esposo, Luis de Vivero, los condes del Valle de Orizaba. El hijo de ambos fue quien construyó en ese predio la hoy famosa Casa de los Azulejos.
Un estilo de llamar la atención
Fue en el siglo XVIII cuando la fachada mudéjar del inmueble fue revestida por azulejos realizados por las manos maravillosas de los artesanos poblanos con que la conocemos actualmente y que le dieron sus inconfundibles colores en tonos azul, amarillo y blanco.
Todos los detalles se trabajaron con esmero y cuidado. La cantera mexicana es de llamar la atención y al diseño del edificio se incorporaron los barandales que llegaron desde Japón.
Hacia fines del siglo XIX, los dueños vendieron la propiedad, que ha tenido destinos diversos.
Primero se convirtió en el Jockey Club de México y tras la Revolución Mexicana en la Casa del Obrero Mundial.
Fue ya en el siglo XX cuando la tomó en renta el dueño de las droguerías y fuente de sodas Sanborns, con las correspondientes adecuaciones para su funcionamiento.
El Sanborns de los Azulejos
En los albores del siglo XX este emblemático lugar fue rentado por los hermanos Walter y Frank Sanborn, quienes en 1919 inauguraron la fuente de sodas y cafetería, que llamaron Sanborns American Pharmacy, a la que después se sumaron el restaurante y la tienda de regalos. El menú inicial incluía coctel de langosta, y sándwich de paté, y sus comensales pertenecían a las altas esferas de la sociedad. Hoy es frecuentado por personas de todos los círculos, con precios accesibles que conservan sus platillos insignia, como las famosas enchiladas suizas, cuyo origen se remonta a los primeros años de su fundación. A ellas se les sumaron -años después-, los típicos molletes, que hoy se encuentran en los menús de muchísimas cafeterías de México.
Actualmente, Sanborns está disponible en cualquier momento para un pequeño regalo, un chocolate, algo de la farmacia o sentarse a desayunar, lo que siempre se agradece. Hoy, como antes, sigue siendo un restaurante para las familias mexicanas.
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