Poesía sin edad

Por Irene Selser

Pablo Neruda, versos para amar, soñar y transformar

Considerado uno de los más destacados poetas del siglo XX, el chileno Pablo
Neruda
(1904-1973) llegó al mundo con otro nombre, por cierto, más largo:
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto. Dedicó su vida a la escritura, pero también
al activismo político siendo senador en representación del Partido Comunista (PC)
de Chile, precandidato a la presidencia de su país y embajador en Francia. En
1971 recibió el Premio Nobel de Literatura por “una poesía que con la acción de
una fuerza elemental da vida unida al destino y los sueños de un continente”,
según la Academia sueca. En opinión del escritor colombiano Gabriel García
Márquez, Neruda fue “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”,
mientras que para el crítico literario estadunidense Harold Bloom, “ningún poeta
del hemisferio occidental del siglo XX admite comparación con él
”. Bloom lo
consideró uno de los veintiséis autores centrales del canon de la literatura
occidental de todos los tiempos.


Su vasta obra incluye poemarios, prosa poética, ensayos y discursos. Sin duda,
entre sus poemarios más célebres figuran Veinte poemas de amor y una canción
desesperada
(Santiago, 1924), Residencia en la Tierra (1935); España en el
corazón
(Santiago, 1937), alusivo a la guerra civil española de 1936-1939; Canto
general
(México, 1950); Los versos del capitán (Nápoles, 1952); Odas elementales
(Buenos Aires, 1954); Nuevas odas elementales (Buenos Aires, 1957); Tercer libro
de las odas
(Buenos Aires, 1957); Estravagario (Buenos Aires, 1958), Cien
sonetos de amor
(Santiago, 1959); La barcarola (Madrid, 1867) y el póstumo Libro
de las preguntas
(Buenos Aires, 1974).


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A continuación, compartimos algunos de sus más bellos versos.

Poema 1*

Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

*De Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1948).

Poema 20*

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

*De Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1948).

Oda a un albatros viajero*

Un gran albatros
gris
murió aquel día.
Aquí cayó
en las húmedas
arenas.
En este
mes
opaco, en
este día
de otoño plateado
y lloviznero,
parecido
a una red
con peces fríos
y agua
de mar.
Aquí
cayó
muriendo el ave magna.
Era
en
la muerte
como una cruz negra.
De punta a punta de ala
tres metros de plumaje
y la cabeza curva
como un gancho
con los ojos ciclónicos
cerrados.
Desde Nueva Zelandia
cruzó todo el océano
hasta
morir en Chile.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué sal
qué ola, qué viento
buscó en el mar?
¿Qué levantó su fuerza
contra todo
el espacio?
¿Por qué su poderío
se probó en las más duras
soledades?
¿O fue su meta
la magnética rosa
de una estrella?
Nadie
podrá saberlo, ni decirlo.
El océano en este
ancho sendero
no tiene
isla ninguna,
y el albatros errante
en la interplanetaria
parábola
del victorioso vuelo
no encontró sino días,

noches, agua,
soledades, espacio.
Él, son sus alas, era
la energía,
la dirección, los ojos
que vencieron
sol y sombra:
el ave
resbalaba en el cielo
hacia
la más
lejana
tierra desconocida.
Pájaro extenso, inmóvil
parecías
volando
entre los continentes
sobre mares perdidos,
un solo
temblor de ala,
un ágil
golpe de campana y pluma:
así cambiaba apenas
tu majestad el rumbo
y triunfante seguías
fiel en el implacable,
desierto
derrotero.
Hermoso eras girando
apenas
entre la ola y el aire,
sumergiendo la punta
de tu ala en el océano
o sentándote en medio
de la extensión marina
con las alas cerradas como un cofre
de secretas alhajas,
balanceado
por las solitarias
espumas
como una profecía

muda
en el movimiento de los salmos.
Ave albatros, perdón
dije, en silencio,
cuando lo vi extendido,
agarrotado
en la arena, después
de la inmensa
travesía.
Héroe, le dije, nadie
levantará sobre la tierra
en una
plaza de pueblo
tu arrolladora estatua,
nadie.
Allí tendrán en medio
de los tristes laureles
oficiales
al hombre de bigotes
con levita o espada,
al que mató
en la guerra
a la aldeana,
al que con un solo
obús sangriento
hizo polvo
una escuela
de muchachas,
al que usurpó
las tierras
de los indios
o al cazador
de palomas, al
exterminador
de cisnes negros.
Sí,
no esperes,
dije,
al rey del viento,

al ave de los mares,
no esperes
un túmulo
erigido
a tu proeza,
y mientras
tétricos ciudadanos
congregados en torno a tus despojos
te arrancaban
una pluma, es decir,
un pétalo, un mensaje
huracanado,
yo me alejé
para que,
por lo menos,
tu recuerdo,
sin piedra, sin estatua,
en estos versos vuele
por vez postrera contra
la distancia
y quede así cerca del mar tu vuelo.
Oh capitán oscuro,
derrotado en mi patria,
ojalá que tus alas
orgullosas
sigan volando sobre
la ola final, la ola de la muerte.

*Del Tercer libro de las odas (1957).

Oda a la manzana*

A ti, manzana,
quiero
celebrarte
llenándome
con tu nombre
la boca,

comiéndote.
Siempre
eres nueva como nada
o nadie,
siempre
recién caída
del Paraíso:
plena
y pura
mejilla arrebolada
de la aurora!

Qué difíciles
son
comparados
contigo
los frutos de la tierra,
las celulares uvas,
los mangos
tenebrosos,
las huesudas
ciruelas, los higos
submarinos:
tú eres pomada pura,
pan fragante,
queso
de la vegetación.
Cuando mordemos
tu redonda inocencia
volvemos
por un instante
a ser
también recién creadas criaturas:
aún tenemos algo de manzana.
Yo quiero
una abundancia
total, la multiplicación
de tu familia,
quiero
una ciudad,
una república,
un río Mississipi
de manzanas,

y en sus orillas
quiero ver
a toda
la población
del mundo
unida, reunida,
en el acto más simple de la tierra:
mordiendo una manzana.
*Del Tercer libro de las odas (1957).

Oda a la edad*

Yo no creo en la edad.
Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.
Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuanto
debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo de la tierra?
Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos

florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.
Tiempo, metal
o pájaro, flor
de largo pecíolo,
extiéndete
a lo largo
de los hombres,
florécelos
y lávalos
con
agua
abierta
o con sol escondido.
Te proclamo
camino
y no mortaja,
escala
pura
con peldaños
de aire,
traje sinceramente
renovado
por longitudinales
primaveras.
Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi
caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora!
*Del Tercer libro de las odas (1957).

XLV*

Dónde está el niño que yo fui,
sigue adentro de mí o se fue?
Sabe que no lo quise nunca
y que tampoco me quería?
Por qué anduvimos tanto tiempo
creciendo para separarnos?

Por qué no morimos los dos
cuando mi infancia se murió?
Y si me alma se me cayó
por qué me sigue el esqueleto?

*Del Libro de las preguntas (póstumo, 1974).

XXIX*

Qué distancia en metros redondos
hay entre el sol y las naranjas?
Quién despierta al sol cuando duerme
sobre su cama abrasadora?
Canta la tierra como un grillo
entre la música celeste?
Verdad que es ancha la tristeza,
delgada la melancolía?
*Del Libro de las preguntas (póstumo, 1974).

*Editora, poeta y traductora argentina-mexicana ha ejercido asimismo el periodismo por
muchos años, especializada en el área internacional. Dirigió la sección internacional del
periódico Milenio (2001-2018) y es miembro de la Organización Mexicana de Traductores
(OMT), así como de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli). Es editora
y co-fundadora de SELSER Editoras para la corrección de estilo y mentoría de
escritores/as. Entre sus libros figuran Sapiens frente a Sapiens. La espléndida y trágica

historia de la humanidad (traducción), Siglo XXI Editores, México, 2021; Patria de
náufragos (poesía), Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2019; Soneto en ix de
Stéphane Mallarmé (poesía), El Tucán de Virginia, México, 2019; Sur, Silencio (poesía),
El Tucán de Virginia, México, 2018 y Lucas, el dinosaurio feliz (infantil), Libros para
imaginar – SEP, México, 2016. FB: Irene Selser, IG: irene.selser

www.55mas.com

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