Excusas para no comprar libros para niños…
Por Judy Goldman


Cuando se acude a ferias de libros donde hay libros infantiles y juveniles, los autores e ilustradores entran en contacto con padres y abuelos. Después de varios años de observar su comportamiento y actitud hacia ellos, me he dado cuenta de que, aunque los hay de todos tipos, algunos se pueden reunir en grupos con características más o menos similares. Estos son algunos de los que he observado personalmente a través de los años.


Hay adultos que llegan solos (sin hijos o nietos), se acercan a los estantes y, con cariño, toman los libros infantiles ––especialmente los libros álbum, tan bellamente ilustrados–– entre las manos, los hojean y huelen y, después de pensar un poco, deciden cuál o cuáles van a comprar. Una vez que se alejan, a veces me quedo con la sensación de que adquieren los libros para ellos mismos y me pregunto si se los prestarán a los pequeños. Esto produce personas contentas que, hace tiempo, los leían a hurtadillas de otros adultos por temor al qué dirán. Esto sucedió, hace muchos años, con los libros de Harry Potter (hubo lectores que los forraron con papel oscuro para que nadie viera lo que estaban leyendo) y los de La materia oscura, serie de Philip Pullman, donde se hicieron portadas distintas para los lectores infantiles y los juveniles. Hoy, esa actitud ha practicamente desaparecido y los disfrutan sin tapujos.

Escucha nuestro episodio de podcast número 4. donde entrevistamos a Judy Goldman.

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Hay adultos que escogen los libros que ellos creen que los más pequeños deben leer, imponiendo su selección y en ocasiones llegando a discutir acaloradamente con ellos. El monólogo podría ser así:
––No, ese libro tiene demasiados dibujos. Tú ya eres grande, tienes seis años y debes leer algo con puras letras. Sí, ya sé que ese te gusta más pero mira, aquí está uno muy gordo, muy barato y te va a durar más. Y no me importa que llores porque este es el que vamos a comprar.


Esto generalmente produce niños y niñas reacios a la lectura así como libros no leídos y abandonados en algún oscuro rincón de la casa o usados para detener abierta una puerta.


Hay otros que permiten que sus hijos o nietos escojan lo que quieren comprar, guiándolos con la ayuda de un asesor o promotor, para así hacer una selección adecuada, una que toma en cuenta la edad, la madurez y los gustos del lector. Una conversación podría ser así:
––¿Ese cuento es el que quieres? Se ve maravilloso, claro que te lo compro. ¿Ya buscaste otro? Ándale, ve a escoger más para que te lleves dos o tres.


Esto, felizmente, produce buenos lectores que se meten de lleno en las historias. La lectura y el libro se convierten en algo amado.
También hay gente de pocos recursos quienes, convencidos de los beneficios de la lectura y amantes de los libros, ahorran dinero poco a poco para que, el día que visiten la feria, puedan comprar siquiera un par de libros muy bien escogidos para sus hijos o nietos. Esto produce lectores contentos que atesoran los libros. Aunque sean pocos, han sido cuidadosamente seleccionados y viven en un lugar privilegiado de la casa. Han sido leídos montones de veces y compartidos entre toda la familia.


Y después están aquellos que ven a los libros como cosas raras, especies de animales misteriosos que no saben a cierta ciencia para qué sirven.
Durante varios años he coleccionado algunos de los pretextos que dan estos últimos. Entre los más comunes y sin un orden especial, están los siguientes:

  1. Cuestan muy caro (aunque la niña traiga un smartphone y luzca los ténis más caros).
  2. Leer es perder el tiempo. No está haciendo nada.
  3. Prefiero comprarle un juguete, aunque sea mucho más caro, porque siquiera lo usa más.
  4. No le gusta leer. Una vez le compré un libro que a mí me gustó y a ella no. Lo dejó botado por ahí y tuve que forzarla a leerlo. Por eso ya no le compro libros.
  5. Puede aprender cosas que a mí no me convienen.
  6. Se divierte igual viendo la televisión y no me cuesta nada.
  7. No tengo lugar para guardarlos en la casa. Además, se llenan de polvo y hay que limpiarlos.
  8. Los libros se rompen, se desgastan y se deshojan.
  9. ¿Un libro sin texto? ¿Para qué? No voy a comprar un libro de puros dibujitos y sin palabras.
  10. Si lee mucho, no juega con sus amigos.
  11. Se les acaban los ojos de tanto leer. ¡Imagínese! Tendría que comprarle anteojos…
  12. Cuando tenía un año le compré uno de esos libros pop-up y lo rompió en dos minutos. Por eso, aunque ya pasaron muchos años, temo que vaya a hacer lo mismo.
  13. ¡Uuuuy! Si viera cuántos clásicos le he comprado, de esos que yo tuve que leer en la escuela cuando era niño, y ni siquiera los quiso abrir. Más bien los usó para jugar. Ya sabe, construía torres y después los tiraba a pelotazos. ¿Para qué gasto comprando libros nuevos si estoy seguro que no los va a leer?
  14. ¿Para qué? Yo no leo y de todos modos me gano la vida.
  15. Y, hoy en día, el más nuevo: no hay forma de que levante la vista de la tableta o el celular. No tiene caso gastar en comprar libros.
    Usted, ¿qué tipo de padre o abuelo es? ¿Comparte libros con los más chicos? ¿Les lee en voz alta? Los libros son el mejor regalo que les podemos dar pues desarrollan la imaginación y la empatía, contestan un sinfín de preguntas, aprenden gramática, ortografía, vocabulario y a comunicarse de mejor manera (¡y sin darse cuenta!); pueden vivir cientos de aventuras, emociones y vidas sentados en su casa, amplían sus horizontes y estrechan los lazos familiares.
    Las tapas de un libro encierran maravillas esperando ser compartidas. Hágalo. No se arrepentirá.

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