El beso que nos abre a la vida Por Alberto Lastra

Es que entonces no sabíamos nada,

no sabíamos, por ejemplo, que un beso era una pistola cargada. Que ponerlo en tus labios, simplemente, podía dispararte la vida a cualquier parte. Pero entonces no sabíamos nada.

Habríamos sido más cautos con los besos, los habríamos pensado, al menos un poco. Quizá todo hubiera resultado mejor… o menos malo, que es un poco mejor que una catástrofe. Pero entonces no sabíamos muchas cosas. Jugábamos como conejos en el jardín del lobo. Temerarios, o inocentes, que será siempre una forma de ser temerarios.

Es que entonces no sabíamos,

que el río se mide con un pié primero, nunca con ambos.

Y los besos primeros son rios en crecida, y al segundo, o es más, al primero, vas río abajo en la corriente y sin medida, sin control y rezando, para no estrellar la cabeza en una roca, para no ahogarte en sus aguas turbulentas, porque hay besos que te arrancan de la orilla y te llevan a cualquier parte y sin remedio. Porque esos besos primeros tienen un poder incontrolable y se adueñan de las bocas tan sedientas, tan abiertas por beberse los besos sin medida, con la sed de Julieta enamorada, y la pasión desbordada de Romeo, que se quiere beber los besos todos, antes de que el sol los disuelva.

Es que entonces no entendíamos nada. Quién sabría por ejemplo, que no somos nosotros que besamos, que es el beso que se adhiere a nuestros labios con la fuerza vendaval de los océanos. Que se adueña de las bocas inocentes como anzuelo que se engancha para no irse. Y así vamos por la vida, con las bocas rotas por los besos malos, adictos ya, a su sabor rojo de traiciones y abandono. Con las bocas reventadas del destino, pescados como el pez, por las bocas, arrastrados sin timón, sin esperanza.

Ya después, leccion aprendida, probaremos los besos, como quien prueba la sopa, como el café, con cuidado, despacio y un tanto desconfiados, de esos besos que nos roban hasta el alma, sin derecho a réplica ni amparo. Esos besos asesinos que nos muerden, con pasión desbordada, incontrolable.

Y lo damos todo, y nos damos todos, arrastrados río abajo por las aguas, turbulentas, despiadadas.

Y es que entonces no sabíamos nada, o acaso, en ese instante, no importaba.

Y ahora mismo que hemos muerto tantas veces, sofocados en la vorágine de los besos.

Ahora mismo que sabemos tanto, tampoco podemos evitarlo. Nos seguimos buscando los labios, con la sed de la vida que reclama, primaveras en otoño, deslumbrantes, alucinadas, añorando la pasión de la creciente…

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