Al tiempo me adjudico un par de canciones que canté por años con gusto y siempre pensando en unos tíos mayores y pintorescos. Una de ellas, Tio Alberto, de Serrat, y otra más de McCartney, Uncle Albert…
Pequeñas sincronías. Quién me diría que un día vería ambas canciones desde el otro lado, y el tío Alberto soy yo mismo, en que reconozco la radiografía críptica, como propia.
Porque siempre que vemos una placa de nuestros huesos, sea el cráneo , la cadera o la totalidad, hay una sorpresa, al descubrir a ese flaco desconocido que nos habita… y a la vez… algo de familiar en esa osamenta que nos sobrevivirá en la mineralidad persistente de los huesos.
Un poco así me ha ocurrido al encontrar ambas canciones, circunstancialmente, el día a de ayer. Hoy me pertenecen de otro modo, no desde la memoria, sino desde su presencia narrativa, un espejo imperfecto de mis días, pero al fin y al cabo un espejo paradójico.
Cómo gusta de gastar bromas la vida. O acaso será ese otro personaje, el narrador interior, tan misterioso como ese esqueleto oculto en nuestro núcleo, tan dispuesto a sobrevivirnos.
Del tiempo y la Vida.
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