Cinco aspectos del código de vestimenta

¿Qué ha pasado con los códigos de vestimenta? Desde hace unos cien años, en todo el mundo, se han relajado muchísimo. Todavía a mediados del siglo XX, los señores se ponían su corbata y sus sacos, casi siempre con trajes, para todo: los estudiantes para ir a la universidad, los aficionados yendo al futbol -tengo una foto de 1957 cuando mi padre me llevó a mi primer partido de futbol en el estadio de la Ciudad de los Deportes, actualmente en desuso y que fue el Estadio Azul recientemente, en la que me está cargando en las tribunas y él iba de traje con corbata- o los toros. 

Unos años antes, todos los señores usaban sombrero. Para ir a un restaurante “de postín”, había que ir arreglado; esto todavía en los años setenta y ochenta. A las primeras comuniones, bautizos, no se diga bodas, la gente iba -a éstas últimas todavía en general- muy bien arreglada.

Actualmente, hay una contracorriente; algunos restaurantes y otros lugares comienzan si no a exigir, sí a sugerir cierta vestimenta a sus clientes. Esto está sucediendo en ciudades como Nueva York y Los Ángeles, según nota del New York Times del día 17 de mayo de 2022.

Vamos a analizar un poco el tema:

  1. Cambios culturales: Desde luego, el gran cambio a partir de los años sesenta con los “hippies”, luego notablemente los “punks” y demás “vanguardias”, han propiciado que los criterios de vestimenta y apariencia general hayan cambiado mucho. Hay que reconocer este hecho que en su aspecto positivo representa inclusión, igualdad, ligereza y comodidad. Estos cambios se notan en restaurantes, teatros, centros de trabajo y eventos privados.
  1. Modas: La moda en general, como industria y como manifestación personal, se ha vuelto más cómoda. Los corsés y otras prendas interiores femeninas restrictivas y estrujantes han cedido ante la comodidad y soltura de la ligereza. Los nuevos materiales y técnicas de fabricación también han contribuido a liberar a las mujeres de aquellas “armaduras” casi medievales.

En el caso de los hombres, los viejos jaqués y fracs, con sus pecheras almidonadas, cuellos rígidos y corbatas de pajarita a veces asfixiantes, cedieron el paso a los más cómodos esmóquines, luego al simple traje y más tarde a la ropa “casual”.

  1. Discriminación: La clara preferencia por la inclusión ante la discriminación ha sido uno de los cambios culturales más positivos y aceptados por la sociedad mundial. Durante los años ochenta, cuando la existencia del último régimen de Apartheid, el de Sudáfrica, estaba por caer, comenzó a considerarse que exigir determinada vestimenta para ser aceptado en locales como restaurantes, era discriminatorio.

Esta idea hizo que los códigos de vestimenta en esos lugares se fueran relajando, hasta llegar al punto en que la clientela puede vestirse como si estuviera en casa relajándose y no le impedirán la entrada en prácticamente ningún lugar. 

Durante la pandemia, los lugares que permanecieron abiertos o abrieron pronto, relajaron hasta la inexistencia sus códigos de vestimenta, ante la urgencia de recuperar el negocio. 

Ante esto, hoy día hay una reacción: comienzan a darse cuenta de que hay un mercado, o un segmento de la sociedad, a la cual le gusta arreglarse para salir y hacerlo es una oportunidad de lucir sus galas. Simultáneamente, los centros de consumo, culturales y de entretenimiento ven llegar al menos a parte de su público, “arreglado”.  Si los restaurantes, por ejemplo, invierten en decoraciones costosas para lucir elegantes, ¿por qué no sugerirle a los clientes que su apariencia sea consistente con ello?

Parte de la inclusión de nuestros días es la variedad de preferencias sexuales de las personas. Por ello, el que haya algunos lugares con sugerencias de código de vestimenta, no afecta a quienes tienen su propio modo de vestir como manifestación de su preferencia. Los travestis, por ejemplo, pueden ir “arreglados” sin afectación alguna a su manera de ser.

  1. Los gustos: “En gustos se rompen géneros, dice el refrán. Y siempre habrá lugares donde cada quien se sienta a gusto. Por lo tanto, no deberíamos alarmarnos o denunciar “discriminación” si algún lugar adopta un código de vestimenta. Necesariamente en estos tiempos tendrá que ser flexible, no podría ser de otro modo. Pero a algunos de nosotros, por ejemplo, nos gusta usar una corbata como manifestación de la importancia de una ocasión y porque nos sentimos bien con ella. Eso no significa que no nos guste vestir “deportivamente” y así acudir a comer unos deliciosos tacos al pastor. Pero a veces, ir bien arreglado a un lugar donde todo está en sincronía con eso, da gusto. Bueno, a algunos de nosotros.
  1. Públicos específicos: Así como hay aficionados a los festivales y conciertos de rock, a los salones de baile con música tropical, salsa, merengue, danzón y demás ritmos, hay también quien prefiere asistir a conciertos y presentaciones de música sinfónica, ópera. 

Hay también quienes gustan de todo. Me incluyo en este grupo. Bueno, ya a los conciertos de rock dejé de ir, porque la logística es complicada; y las aglomeraciones en tiempos de COVID no son aconsejables. Pero a otras cosas sí que asisto y con mucho gusto. De modo que, así como hay conciertos de rock o salones de baile -en los cuales también hay un código de vestimenta “no oficial” pero muy reconocible-, también está bien que haya lugares donde quien así lo prefiera pueda ir presentado en determinada forma sin que ello implique discriminación alguna.

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EVH

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