(Exclusivo para 55más)
Qué tal, soy Víctor Kerber
He dedicado más de 40 años de mi vida a conocer el pensamiento y culturas del Oriente lejano, y quisiera aprovechar esta oportunidad para introducir algunos conceptos que me parecen interesantes acerca de Japón, un país ciertamente admirable, pero al que también hemos idealizado por su gran contraste con la realidad mexicana.
Quisiera presentarles algunos conceptos japoneses de contenido muy profundo. Se trata de conceptos ancestrales cuya finalidad ha sido enlazar al individuo con su entorno social y natural, además de ayudarlo al propio serenamiento espiritual. En Japón se piensa que nadie puede seralguien,si no antepone la coexistencia en armonía con el medio ambiente y con el resto de la gente; para lograrlo, sin embargo, tiene que aquietar su propia mente.
Comenzaré con este punto:
¿Cómo se puede aquietar la mente? ¿Cómo se puede lograr que las pasiones (ira, emoción, coraje, celos, envidias, amor posesivo, etc.) no se apoderen de nuestra voluntad? ¿Cómo ejercer el autocontrol, incluso en momentos extremos?
Déjenme decirles que cuando los japoneses hablan de “espíritu” o de “mente”, en esencia se refieren al soplo o impulso que nos da vitalidad. Existe un principio energético llamado Ki que se encuentra en todas partes; no se ve, es inconmesurable, pero se siente.
Hay un Ki que mueve al mundo, a los planetas y a las constelaciones. Hay un Ki que nos mantiene vitales desde el momento mismo de nuestra concepción, y que no es diferente del Ki que mueve al mundo y las constelaciones, de hecho, es el mismo. Ese “espíritu vital” nos conecta con la naturaleza de modo ineludible; de hecho, no hay ciencia ni modo de examinarlo en laboratorio, sólo sabemos que existimos por efecto del Ki (気).
Así pues, en la lengua japonesa uno encuentra una amplia lexicografía basada en la noción del Ki: Kibun ga warui significa literalmente: “Mi Ki está mal”, es decir, “me siento muy mal”. Ki wo tsukete se traduce como “cuida tu Ki”, es decir, cuídate, protégete. Cuando alguien dice: Ki ga aru (“tengo Ki”), en realidad está diciendo: Tengo buen ánimo, aunque también se puede interpretar como “estoy enamorado”. De alguien con personalidad arrolladora se dice que posee un Ki enérgico: Ki ga tsuyoi.
Por lo general se asume que el Ki se aloja en el Hara, el bajo vientre. El Hara es el lugar desde el cual emerge nuestra vitalidad; antes de ser quienes somos, fuimos Hara en el seno de otro Hara. Nuestra primera conexión con la vida, por consiguiente, ha sido a través del Hara, éste constituye la parte más primitiva de nosotros mismos. Nos conectamos con el mundo a través de nuestra madre por medio de eso que después será un cordón umbilical; de modo que lo primero que somos como seres vivientes es Hara.
Los antiguos samuráis le otorgaban un papel tan fundamental al Hara, que cuando tenían que poner fin a sus vidas mediante el ritual llamado Seppuku, consistente en abrirse el vientre con un sable corto, ejecutaban un Hara-kiri,o sea,unabisección de aquello que nos dio origen.
En las relaciones interpersonales el Hara también juega un rol importante. Por ejemplo, eso que nosotros a veces percibimos como “buena o mala vibra” a la hora de conocer a alguien, en japonés se denomina Hara-guei. El Haraguei es un talento que consiste en saber interpretar el Hara de alguien; no es algo racional, simplemente se da. En México decimos: “me late”, o “no me late”; eso mismo es Hara-guei. Indispensable tanto para el emprendimiento de negocios como para la selección de pareja.
Existen técnicas curativas basadas en el Hara y el Ki.
El método Reikies una de esas técnicas. En ocasiones, el maestro de Reiki estimula el vientre del paciente para que emerja su Ki aprisionado, y así logre superar por sí mismo cualquier malestar; en ocasiones, el maestro transmite la energía que proviene de su propio Hara a fin de estimular el equilibrio corporal del paciente. Con la energía que emana del Hara es posible lograr la curación; incluso, el Ki que proviene del Hara es esencial para la meditación Zen.
Hay un concepto de otra índole que también involucra a Hara y Ki: el concepto de Shinrinyoku, traducible como “baño de bosque”.
De vez en cuando, los japoneses suelen acudir al bosque -puede ser de bambú, de pinos o abetos- a “bañarse” de bosque, es decir, a respirar el Ki de la naturaleza y a enlazar nuestro Hara con el Hara de la Gran Naturaleza, tal como se ve en la película Avatar I. Es una experiencia indescriptible, refrescante y energizante a la vez. La Gran Naturaleza, con la cual interactuamos todo el tiempo, aun estando dormidos, los japoneses la llaman Daishizen.
Pensemos, por ejemplo, en la exquisita complacencia de admirar el florecimiento de la primavera, o la experiencia de introducirse en un Onzen, un baño termal de agua mineralizada que brota del interior de la tierra. O bien, pensemos en el tiempo sin horas que representa el cultivo de un árbol bonzai, ejemplo de cómo las “maxituras” se convierten en miniaturas.
Algunos bonzai tienen cientos de años. Se les considera dotados de espiritualidad y personalidad propios; Hay uno famosísimo, de aproximadamente 800 años de edad, propiedad del maestro Kunio Kobayashi, cuyo vivero se encuentra en Tokio. Como algunas personas difícilmente se podrán trasladar hasta allá, sugiero que realicen una visita virtual al vivero del maestro Kobayashi a través de YouTube:
La noción de Daishizen ha inspirado a los pintores chinos y japoneses a elaborar obras de gran calidad artística, en las que se representa a la naturaleza en toda su magnificencia. Las figuras humanas aparecen pequeñitas, casi al margen, y es que se trata de proyectar a las personas como insignificantes frente a la grandiosidad de la naturaleza. Seguramente han visto la obra de Hokusai, un artista japonés de principios del siglo XIX, quien elaboró un grabado en el que aparece una enorme ola del mar que está a punto de engullir a una pequeña barcaza con el monte Fuji al fondo, como mudo testigo de lo que habrá de ocurrir.
Esa es la diferencia entre los artistas japoneses y europeos de la época de Hokusai. Los primeros retrataban la grandeza natural frente a la insignificancia humana, en tanto que artistas como Edouard Manet, de la escuela impresionista, centraban más su atención en la figura humana rodeada de ambientes naturales. Dice mucho acerca de las percepciones en Occidente y Oriente sobre lo humano; mientras para las ciencias de Occidente -como la medicina o la psiquiatría- lo que importa es remediar los desequilibrios de los individuos humanos, para los orientales lo fundamental es armonizar a los seres humanos con sus entornos naturales.
Esto nos lleva a un concepto esencial para la filosofía japonesa: el WA, traducible comúnmente como “armonía”.
En la más remota antigüedad, Japón era conocido como el país del WA, el país de la armonía y el equilibrio. Cuando el príncipe Shōtoku Taishi introdujo las enseñanzas chinas en Japón, hacia el siglo VII de nuestra era, la designación de Japón cambió; desde entonces, se denomina como el país de donde sale el sol, el país del Sol Naciente, desde la perspectiva china, claro está.
La idea de ser el país del WA se disipó más cuando Japón resolvió cambiar de referente en el siglo XIX y tomó esta vez a las potencias de Occidente como su modelo a seguir. Por más de cien años los japoneses se empeñaron en imitar los estilos occidentales, en reproducir las tecnologías occidentales y en alejarse de su esencia como país de la armonía. Llegaron al extremo de crear un ejército regular al estilo occidental, y a asumir la guerra como su vocación, al estilo occidental. El resultado fue desastroso: las tropas japonesas cometieron toda clase de excesos durante la ocupación de Manchuria, China, Corea, Taiwán y el Sureste Asiático, y recibieron a cambio toda clase de bombardeos, desde incendiarios hasta atómicos.
Sobrevino después una era de “norteamericanización” e industrialización acelerada que alejó a los japoneses todavía más de su concepción originaria. Por casi medio siglo la consigna era trabajar, trabajar y trabajar para sacar a Japón adelante. Y lo lograron. Sin duda, Japón es una gran potencia económica debido a su disposición al trabajo; pero hete aquí que las generaciones que nacieron después de 1990, se han abocado a cuestionar todo ese desarrollo, y buscan ahora volver al Hara original, aquel en el que Japón era reconocido como el país del WA.
Existe un verdadero frenesí por el WA, que se refleja en el rescate de tradiciones, ceremonias, cultos y filosofías. Se han multiplicado las escuelas de cerámica basada en técnicas antiguas. Así mismo, se reproducen las técnicas de arreglos florales (Ikebana), la apreciación del té (sadō), las prácticas artesanales, la música con instrumentos netamente japoneses, los rituales de exaltación del Daishizen y ejercicios marciales como el Aikidō, Kendō o Yaidō.
Japón está ingresando a un renacimiento de todo lo que estaba basado en Ki, Hara, y WA. Representa un rechazo tajante de la modernización basada en la agresión insultante a la naturaleza.
- Víctor Kerber Palma se tituló de la licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México, y realizó estudios de posgrado en Desarrollo Económico en la Universidad de Sophia, Japón. Cuenta con un doctorado en Historia y Ciencias Sociales por El Colegio de Michoacán. En 1982, llevó a cabo estudios de especialización sobre cultura de negocios en el Instituto de Estudios Internacionales de Fujinomiya, Japón. Actualmente es consultor del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, e investigador en el 17 Instituto de Estudios Críticos. Es autor de libros sobre la historia de Japón y sobre Japón en México.
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